Yo vengo a ofrecer mi corazón
Hoy llegué a mi casa triste, enojado y con el ceño fruncido. No hace más de media hora que me acabo de enterar de un ataque, otro de tantos, contra la Legión de Cristo. Concretamente contra un legionario, a quien mañana todos los diarios de México achacarán un supuesto “abuso” —leerán ustedes los hechos y verán lo forzado de la palabra— a una niña de seis años. Como miembro del Regnum Christi (somos el Movimiento de laicos de la Legión), ya he tenido que soportar antes ataques similares y peores. Seguro no hace falta ni que los mencione, simplemente con decir “Legión de Cristo” o “Padre Maciel” ya saben ustedes a lo que me refiero.
Lo que hace diferente este absurdo ataque de los otros es que, finalmente, gracias a una luz de Espíritu Santo, me decidí a escribir algo, subirlo a mi blog y tratar, por todos los medios de promocionarlo. Confío en que tendré algo de éxito. La ya familiar sensación de tristeza y coraje me embarga al escribir estas líneas, haciéndome golpear las teclas cada vez con más violencia y me digo: ¡Qué santo tiene que ser un hombre para poder perdonar a alguien que le hace algo así! Pues bien, así lo ha hecho el P. Marcial Maciel, LC, así lo han hecho todos los legionarios atacados y así tengo que hacerlo yo a ejemplo de Jesucristo. Pero ¡cómo cuesta! Cómo cuesta entender por qué alguien inventaría semejante calumnia y la pregonaría a los cuatro vientos. Cómo cuesta entender que una obra que tanto bien hace a México, al mundo y a las almas sea tan atrozmente atacada (para quienes no sepan sobre las obras de la Legión y del Movimiento, visiten http://www.regnumchristi.org). Y cómo cuesta perdonar a aquellos que, por las razones que sean, se lanzan al ataque de la obra de Dios. Pero bueno, como cristianos, ya sabíamos que nos iban a perseguir.
Eso no quiere decir que no me duela hondamente enterarme de los ataques que día a día surgen, no sólo contra la Legión y su fundador, sino contra toda la Iglesia Católica. Y lo más triste es que nadie se levanta a defenderla. Pues bien: ¡Yo me levanto! Yo alzo mi voz. Yo me pongo de pie para gritar, para que se oiga en todos los rincones de la Tierra que hay gente que, como yo, estamos dispuestos a defender a la Iglesia, a sus representantes y a sus obras. Que hay gente que, armada con la espada de San Miguel y protegida por el manto de María, se interpondrá en el camino del demonio y sus secuaces para hacerle más difícil el camino y derrotarlos al final de los tiempos.
Y aprovecho para condenar las expresiones de intolerancia absurda que los simpatizantes de AMLO demuestran continuamente. Desde el 31 de julio de 1926, la Catedral no había tenido la necesidad de cerrarse y suspender sus cultos. Y ese mismo día, estalló la Cristiana, pues los católicos comprometidos no podemos quedarnos cruzados de brazos mientras nuestros enemigos atacan nuestra fe, humillan a nuestros sacerdotes y profanan nuestros templos. Hoy no habrá otra rebelión cristera, pues los tiempos han cambiado, pero sí habrá miles, millones de voces que se levanten para luchar por nuestra libertad de creer y realizar nuestras ceremonias, que los obradoristas quieren quitarnos. Y aún así, me atrevo a advertirles a todos los que atacan y vejan continuamente la fe y la catedral: si hacen falta cristeros, cristeros habrá otra vez.
Hoy me levanto para protestar contra la mentira y el engaño con los que quieren destruir a la Iglesia y, a través de ella, a Dios. No voy a ponerme a defender a la Legión, a su fundador o a sus miembros, pues, según sus propias palabras, en su defensa se pierde tiempo que debiéramos ocupar en salvar almas. Además, quien los conoce, sabe tan bien como yo que no necesitan defensa. Pero sí voy a decir que, con mentiras, ataques, engaños y calumnias, jamás podrán contra la Iglesia, ni, por ende, contra la Legión. No me preocupan los ataques, pues sé que son intentos vanos del demonio por retrasar su derrota final. Pero alzo mi voz para mostrarle al diablo que va a tener el camino difícil. Que los católicos verdaderos y comprometidos no lo dejaremos salirse tan fácilmente con la suya. Porque, como dice Violeta Parra: “Yo vengo a ofrecer mi corazón.” Y confío en que muchos más ofrecerán el suyo por su Dios, por su Iglesia y por aquellos hombres justos que son atacados día tras día en su servicio a Cristo, por los hombres justos y generosos que nadie se atreve a defender.
Por último, quiero invitar a todos los que leas estas líneas a unirse para demostrarle al diablo cuántos somos, para que el mundo, tan hostil a Dios y a la Iglesia, vea cuántos corazones, cuántas almas están dispuestas a alzarse en su defensa. Compañeros, hermanos, católicos del mundo: yo ofrezco mi corazón ¿ofrecerán el suyo?
Por favor escriban a vengoaofrecermicorazo@gmail.com y envíen su nombre (puede ser nick) y sus oraciones y comentarios para publicarlos aquí y demostrar que somos muchos y que estamos dispuestos a alzar la voz. Que no nos dejaremos y que el diablo tiene un serio obstáculo si quiere proseguir con sus mentiras.
martes, 20 de noviembre de 2007
¡VIVA CRISTO REY!
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jueves, 8 de noviembre de 2007
´Fides et Ratio'
Fe y Razón, matrimonio inseparable.
La Razón, decía Santo Tomás de Aquino, es necesaria para la Fe. No se contrapone, explica el santo en su famosa Suma Teológica, sino que la primera se usa para explicar y justificar a la segunda. Actualmente, los medios de comunicación, así como gran número de científicos, ideólogos, pensadores y filósofos, se han esforzado —y aún se esfuerzan— en vendernos el sofisma de que Fe y Razón son ideas antagónicas, contrarias que, lejos de complementarse, se contrapones y anulan mutuamente. No es así, y en éstas magras líneas espero demostrarlo.
Por principio, hay que asentar algunos hechos en los que ambos, científicos y teólogos, están de acuerdo. El primero: la razón es endémica del ser humano. No la poseen las plantas, no la poseen los minerales, los animales, incluso, ni siquiera sería necesario que el Ser Trascendente —Dios—, la poseyera, puesto que Él, al conocerlo, saberlo y poseerlo todo, no requiere de ésta maravillosa herramienta. Segundo: la Fe también es endémica del hombre. No la posee ningún otro ser en la Tierra, y tampoco Dios la necesita. Incluso, la fe más bien se verifica en un solo sentido, es decir, del hombre hacia Dios. Partiendo de esto, iremos directo a la argumentación.
Desde los filósofos de la antigüedad, se identificado a la existencia humana con dos planos o estadios: alma y cuerpo, refiriéndose con el cuerpo al área material, o sea, lo tangible; y, con el alma, al área espiritual e intelectual, es decir, lo intangible. A mi parecer, sin embargo, éste último estadio, el de lo intangible, puede dividirse en dos más. Así, quedarían éstos tres estadios:
En el plano de lo tangible:
El Estado Físico: se refiere a lo mesurable, lo que podemos ver tocar, la Tierra, la naturaleza, los fenómenos físicos y químicos, lo estudian y explican la ciencias naturales y exactas, nos responde a la pregunta ¿Cómo es que vivo?, determina nuestra relación con el medio ambiente, el plantea y la naturaleza, y se manifiesta, como ya dijimos, con el cuerpo.
En el plano de intangible
El Estado Humano: se refiere a la relación del hombre con el hombre, su comportamiento, su conducta, sus pensamientos e ideas, su creatividad y sus relaciones interpersonales. Lo estudian y explican las ciencias sociales, la psicología y las humanidades en general. Responde a la pregunta ¿Cómo vivo mi vida?, determina nuestra relación con los hombres y sus ideas y se manifiesta por la mente.
El Estado Metafísico: se refiere al espíritu, a lo que no podemos ni tocar, ni medir ni explicar, lo paranormal, lo psíquico, los fenómenos inexplicables, los milagros. Lo estudian y explica —o tratan de explicar— la metafísica, la religión, y algunas partes de la teología. Responde a la pregunta ¿Por qué vivo?, determina nuestra relación con la trascendencia (Dios) y la eternidad. Se manifiesta con el alma.
Quedan así tres áreas cuyo desarrollo adecuado determina qué tan completo es un ser humano. Vamos, un hombre sin cuerpo no existe, un hombre sin mente no existe, y un hombre sin espíritu, ¿puede considerarse hombre?
Pero, ¿a qué viene esto si tratamos de explicar por qué la Fe y la Razón son complementarias? Muy sencillo: es por la Razón por la que podemos desarrollar en plenitud cada uno de éstos tres estadios. Expliquemos el papel de la Razón en cada uno de los estadios anteriores:
En el estado físico, la razón ni siquiera es necesaria, quiero decir: es cierto que gracias a ella comprendemos los fenómenos naturales, a la naturaleza misma, la explicamos y la predecimos, pero para probar su existencia no hacen falta argumentos. Basta con las simples sensaciones, con los sentidos, los mismos que poseen animales y plantas, para darnos cuenta de su existencia. El estado físico se comprueba a sí mismo.
Por otro lado, ya que pasamos al plano intangible, la Razón cobra fuerza, aunque, en el estado humano, todavía no se utiliza plenamente. Aquí ya hacen falta los argumentos para probar varias expresiones de éste estado. Las relaciones humanas son inmensurables, pero existen y pueden comprobarse con el simple uso de los sentidos, pero las ideas ya son otra cosa. Ahí no podemos usar los sentidos y hacen falta los argumentos, hace falta poner éstas ideas en lenguaje abstracto, codificarlas en simbologías lingüísticas para poder entenderlas y aún justificarlas. Y de aquí pasamos a la Razón plena, a uso puro, perfecto. Que es curiosamente, de donde se le quiere excluir.
En el estado metafísico, ya no podemos usar los sentidos, salvo en casos muy, muy particulares y especiales. No podeos medir, ver, tocar, oler, escuchar o probar un alma, o a Dios —Aquí, para los católicos, la Eucaristía entra en uno de esos casos particulares—. Para comprobar y “entender” el alma, la trascendencia y la eternidad (cuya existencia probaremos más adelante y con uso de la razón), únicamente podemos utilizar el intelecto y el pensamiento racional, que no cientificista o positivista. Aquí se encuentra la pureza de la razón, su uso pleno. En lo referente a éste estado, la Razón está sola ante los problemas que de él se derivan. Ya no la asisten las mediciones precisas, o los experimentos conductistas, ya no puede apoyarse en cosas materiales, en datos recabados, en estadísticas ni métodos cuidadosos. Aquí es cuando se demuestra que podemos con la inmensa responsabilidad que representa el poseer algo tan poderoso como es la Razón.
El hombre, la civilización, es capaz utilizar la Razón para explicar hasta los más ínfimos detalles del estado físico y es capaz de utilizarla para explicar satisfactoriamente el estado humano, aunque todavía le falta mucho para entenderlo cabalmente, pero falla en utilizar la razón pura, la razón sola y por sí misma. No es capaz de inmiscuirse en los misterios del conocimiento del espíritu, del alma y de Dios. Por ello, algunas escuelas filosóficas han decidido buscar la trascendencia bajándola a un plano humano o han decidido, simplemente, negarla. Curiosamente, aquellas escuelas que la bajan a un plano terreno, han llegado a conclusiones que más bien parecen eufemismos de la espiritualidad, de la trascendencia y del alma.
Nadie puede negar el ateísmo absoluto de Marx. Pues bien. Marx habla de la esencia del ser humano, su sinónimo de alma. Para el filósofo, ésta esencia está en el trabajo, al grado de que si el hombre es forzado a producir, y no le permite expresar libremente su esencia, por medio del trabajo creativo, éste se enajena y “pierde su humanidad.” Pero ese trabajo, ya sea libre o enajenante, permanece. Es decir, trasciende. Trasciende a su creador, que es mortal y permanece, ya en la faz de la Tierra, ya en la conciencia universal de la humanidad. Así también, otros muchos filósofos hablan de una esencia, de un extracto, lo que viene a ser el ser humano abstracto, metafísico, sin cuerpo. Y ésta trascendencia, llamémosle mundana, puede ser comprobada fácilmente con el ejemplo de las creaciones literarias. Quiero decir, Cervantes murió hace ya mucho, mucho tiempo, pero su obra, su trabajo, su esencia, sigue aquí, con nosotros. El “manco de Lepanto” dejó su creación un pedazo de sí mismo, quizá un reflejo de la parte más importante de su ser.
Entonces, ¿hay o no trascendencia? ¿hay algo del ser humano que supera a la muerte? Pues parece ser que sí. De hecho, filósofos tan antagónicos como Karl Marx y Santo Tomás de Aquino están de acuerdo en el hecho de que la muerte no es el fin del ser humano. Y esto nos lleva a la siguiente pregunta: si, en efecto, existe la trascendencia, ¿a dónde va? ¿dónde se queda ese pedazo de alma que dejaron los escritores, los filósofos, los artistas, los investigadores, los obreros, los cantantes? En cierta forma, podemos decir que permanecen, en cierto grado, en cosas materiales: un fajo de hojas de papel, una cinta, una mesa, un auto, una pintura, ¿pero qué pasa cuando, sin tener presente ese objeto, sabes perfectamente de que habla quien nos lo menciona? ¿Qué pasa cuando un tratado del siglo XVIII cita al mismo libro que citamos hoy y que será citado en el año 2034? Esas obras, esos frutos del trabajo, esas esencias, son parte (o serán parte) del pasado, del presente y del futuro, no sólo de la humanidad, sino del mundo y quizás más allá. Y, ¿qué es eso sino Eternidad? Pero ya nos desviamos. Entonces, ¿a dónde van esas esencias, dónde se quedan? En la Tierra, sin duda, en la conciencia de los hombres de modo individual, también, pero ¿qué hay de la conciencia colectiva, del conocimiento humano —que no del hombre? Sin duda, allí también permanece. Y si el hombre se sostiene en el tiempo, la humanidad, en su conjunto, o más bien, el conocimiento de la humanidad en su conjunto, conforma un cosmos, que, al ser anacrónico, se sostiene en algo que va más allá del tiempo: la eternidad.
Entonces, el hombre sí tiene una esencia, un alma que trasciende, que entra, para bien o para mal, en la eternidad. Ahora bien, si el hombre se sostiene en el tiempo, y es finito, ¿cabe pensar que él pueda crear, por sí mismo esta esencia eterna e infinita? Podrá darle forma, no hay duda. Podrá acomodar las palabras de sus textos, o los colores de sus pinturas, pero ya nace, porque ninguna otra explicación es posible, con esa esencia, esa alma destina a trascender en la eternidad.
Pero queda una cosa: La esencia, por sí sola, no logra dar el paso a lo eterno. Nadie recuerda a los creadores o las creaciones que no cumplieron su cometido, que no pudieron o no supieron o no quisieron ganarse la trascendencia, como nadie recuerda las almas que no supieron cumplir con su misión, que no supieron, o no pudieron o no quisieron ganarse el cielo.
Pero ¿quién puede ganarse su boleto a la eternidad, a la trascendencia, si no conoce que existe? ¿Y, si lo conoce, pero no cree? Y ahí, en ese salto de conocer y creer está el salto de la Razón y la Fe.
Con la Razón conocemos, con la Fe creemos. Pero, ¿podemos creer en algo que no conocemos, o podemos conocer algo en lo que no creemos, aunque sea vagamente? ¿Por qué, entonces, nos empeñamos en divorciar a los esposos por excelencia? Allí donde flaquee la Fe, estará la Razón para salvarla, y allí donde no llegue la Razón, estará la Fe para impulsarla. Y cuando alguna no pueda mantenerse por sí misma, llegará la otra para mantenerla. Allí están, juntas aunque quieran separarlas, pues “Lo que ha unido Dios, que no separe el hombre.”
La Razón, decía Santo Tomás de Aquino, es necesaria para la Fe. No se contrapone, explica el santo en su famosa Suma Teológica, sino que la primera se usa para explicar y justificar a la segunda. Actualmente, los medios de comunicación, así como gran número de científicos, ideólogos, pensadores y filósofos, se han esforzado —y aún se esfuerzan— en vendernos el sofisma de que Fe y Razón son ideas antagónicas, contrarias que, lejos de complementarse, se contrapones y anulan mutuamente. No es así, y en éstas magras líneas espero demostrarlo.
Por principio, hay que asentar algunos hechos en los que ambos, científicos y teólogos, están de acuerdo. El primero: la razón es endémica del ser humano. No la poseen las plantas, no la poseen los minerales, los animales, incluso, ni siquiera sería necesario que el Ser Trascendente —Dios—, la poseyera, puesto que Él, al conocerlo, saberlo y poseerlo todo, no requiere de ésta maravillosa herramienta. Segundo: la Fe también es endémica del hombre. No la posee ningún otro ser en la Tierra, y tampoco Dios la necesita. Incluso, la fe más bien se verifica en un solo sentido, es decir, del hombre hacia Dios. Partiendo de esto, iremos directo a la argumentación.
Desde los filósofos de la antigüedad, se identificado a la existencia humana con dos planos o estadios: alma y cuerpo, refiriéndose con el cuerpo al área material, o sea, lo tangible; y, con el alma, al área espiritual e intelectual, es decir, lo intangible. A mi parecer, sin embargo, éste último estadio, el de lo intangible, puede dividirse en dos más. Así, quedarían éstos tres estadios:
En el plano de lo tangible:
El Estado Físico: se refiere a lo mesurable, lo que podemos ver tocar, la Tierra, la naturaleza, los fenómenos físicos y químicos, lo estudian y explican la ciencias naturales y exactas, nos responde a la pregunta ¿Cómo es que vivo?, determina nuestra relación con el medio ambiente, el plantea y la naturaleza, y se manifiesta, como ya dijimos, con el cuerpo.
En el plano de intangible
El Estado Humano: se refiere a la relación del hombre con el hombre, su comportamiento, su conducta, sus pensamientos e ideas, su creatividad y sus relaciones interpersonales. Lo estudian y explican las ciencias sociales, la psicología y las humanidades en general. Responde a la pregunta ¿Cómo vivo mi vida?, determina nuestra relación con los hombres y sus ideas y se manifiesta por la mente.
El Estado Metafísico: se refiere al espíritu, a lo que no podemos ni tocar, ni medir ni explicar, lo paranormal, lo psíquico, los fenómenos inexplicables, los milagros. Lo estudian y explica —o tratan de explicar— la metafísica, la religión, y algunas partes de la teología. Responde a la pregunta ¿Por qué vivo?, determina nuestra relación con la trascendencia (Dios) y la eternidad. Se manifiesta con el alma.
Quedan así tres áreas cuyo desarrollo adecuado determina qué tan completo es un ser humano. Vamos, un hombre sin cuerpo no existe, un hombre sin mente no existe, y un hombre sin espíritu, ¿puede considerarse hombre?
Pero, ¿a qué viene esto si tratamos de explicar por qué la Fe y la Razón son complementarias? Muy sencillo: es por la Razón por la que podemos desarrollar en plenitud cada uno de éstos tres estadios. Expliquemos el papel de la Razón en cada uno de los estadios anteriores:
En el estado físico, la razón ni siquiera es necesaria, quiero decir: es cierto que gracias a ella comprendemos los fenómenos naturales, a la naturaleza misma, la explicamos y la predecimos, pero para probar su existencia no hacen falta argumentos. Basta con las simples sensaciones, con los sentidos, los mismos que poseen animales y plantas, para darnos cuenta de su existencia. El estado físico se comprueba a sí mismo.
Por otro lado, ya que pasamos al plano intangible, la Razón cobra fuerza, aunque, en el estado humano, todavía no se utiliza plenamente. Aquí ya hacen falta los argumentos para probar varias expresiones de éste estado. Las relaciones humanas son inmensurables, pero existen y pueden comprobarse con el simple uso de los sentidos, pero las ideas ya son otra cosa. Ahí no podemos usar los sentidos y hacen falta los argumentos, hace falta poner éstas ideas en lenguaje abstracto, codificarlas en simbologías lingüísticas para poder entenderlas y aún justificarlas. Y de aquí pasamos a la Razón plena, a uso puro, perfecto. Que es curiosamente, de donde se le quiere excluir.
En el estado metafísico, ya no podemos usar los sentidos, salvo en casos muy, muy particulares y especiales. No podeos medir, ver, tocar, oler, escuchar o probar un alma, o a Dios —Aquí, para los católicos, la Eucaristía entra en uno de esos casos particulares—. Para comprobar y “entender” el alma, la trascendencia y la eternidad (cuya existencia probaremos más adelante y con uso de la razón), únicamente podemos utilizar el intelecto y el pensamiento racional, que no cientificista o positivista. Aquí se encuentra la pureza de la razón, su uso pleno. En lo referente a éste estado, la Razón está sola ante los problemas que de él se derivan. Ya no la asisten las mediciones precisas, o los experimentos conductistas, ya no puede apoyarse en cosas materiales, en datos recabados, en estadísticas ni métodos cuidadosos. Aquí es cuando se demuestra que podemos con la inmensa responsabilidad que representa el poseer algo tan poderoso como es la Razón.
El hombre, la civilización, es capaz utilizar la Razón para explicar hasta los más ínfimos detalles del estado físico y es capaz de utilizarla para explicar satisfactoriamente el estado humano, aunque todavía le falta mucho para entenderlo cabalmente, pero falla en utilizar la razón pura, la razón sola y por sí misma. No es capaz de inmiscuirse en los misterios del conocimiento del espíritu, del alma y de Dios. Por ello, algunas escuelas filosóficas han decidido buscar la trascendencia bajándola a un plano humano o han decidido, simplemente, negarla. Curiosamente, aquellas escuelas que la bajan a un plano terreno, han llegado a conclusiones que más bien parecen eufemismos de la espiritualidad, de la trascendencia y del alma.
Nadie puede negar el ateísmo absoluto de Marx. Pues bien. Marx habla de la esencia del ser humano, su sinónimo de alma. Para el filósofo, ésta esencia está en el trabajo, al grado de que si el hombre es forzado a producir, y no le permite expresar libremente su esencia, por medio del trabajo creativo, éste se enajena y “pierde su humanidad.” Pero ese trabajo, ya sea libre o enajenante, permanece. Es decir, trasciende. Trasciende a su creador, que es mortal y permanece, ya en la faz de la Tierra, ya en la conciencia universal de la humanidad. Así también, otros muchos filósofos hablan de una esencia, de un extracto, lo que viene a ser el ser humano abstracto, metafísico, sin cuerpo. Y ésta trascendencia, llamémosle mundana, puede ser comprobada fácilmente con el ejemplo de las creaciones literarias. Quiero decir, Cervantes murió hace ya mucho, mucho tiempo, pero su obra, su trabajo, su esencia, sigue aquí, con nosotros. El “manco de Lepanto” dejó su creación un pedazo de sí mismo, quizá un reflejo de la parte más importante de su ser.
Entonces, ¿hay o no trascendencia? ¿hay algo del ser humano que supera a la muerte? Pues parece ser que sí. De hecho, filósofos tan antagónicos como Karl Marx y Santo Tomás de Aquino están de acuerdo en el hecho de que la muerte no es el fin del ser humano. Y esto nos lleva a la siguiente pregunta: si, en efecto, existe la trascendencia, ¿a dónde va? ¿dónde se queda ese pedazo de alma que dejaron los escritores, los filósofos, los artistas, los investigadores, los obreros, los cantantes? En cierta forma, podemos decir que permanecen, en cierto grado, en cosas materiales: un fajo de hojas de papel, una cinta, una mesa, un auto, una pintura, ¿pero qué pasa cuando, sin tener presente ese objeto, sabes perfectamente de que habla quien nos lo menciona? ¿Qué pasa cuando un tratado del siglo XVIII cita al mismo libro que citamos hoy y que será citado en el año 2034? Esas obras, esos frutos del trabajo, esas esencias, son parte (o serán parte) del pasado, del presente y del futuro, no sólo de la humanidad, sino del mundo y quizás más allá. Y, ¿qué es eso sino Eternidad? Pero ya nos desviamos. Entonces, ¿a dónde van esas esencias, dónde se quedan? En la Tierra, sin duda, en la conciencia de los hombres de modo individual, también, pero ¿qué hay de la conciencia colectiva, del conocimiento humano —que no del hombre? Sin duda, allí también permanece. Y si el hombre se sostiene en el tiempo, la humanidad, en su conjunto, o más bien, el conocimiento de la humanidad en su conjunto, conforma un cosmos, que, al ser anacrónico, se sostiene en algo que va más allá del tiempo: la eternidad.
Entonces, el hombre sí tiene una esencia, un alma que trasciende, que entra, para bien o para mal, en la eternidad. Ahora bien, si el hombre se sostiene en el tiempo, y es finito, ¿cabe pensar que él pueda crear, por sí mismo esta esencia eterna e infinita? Podrá darle forma, no hay duda. Podrá acomodar las palabras de sus textos, o los colores de sus pinturas, pero ya nace, porque ninguna otra explicación es posible, con esa esencia, esa alma destina a trascender en la eternidad.
Pero queda una cosa: La esencia, por sí sola, no logra dar el paso a lo eterno. Nadie recuerda a los creadores o las creaciones que no cumplieron su cometido, que no pudieron o no supieron o no quisieron ganarse la trascendencia, como nadie recuerda las almas que no supieron cumplir con su misión, que no supieron, o no pudieron o no quisieron ganarse el cielo.
Pero ¿quién puede ganarse su boleto a la eternidad, a la trascendencia, si no conoce que existe? ¿Y, si lo conoce, pero no cree? Y ahí, en ese salto de conocer y creer está el salto de la Razón y la Fe.
Con la Razón conocemos, con la Fe creemos. Pero, ¿podemos creer en algo que no conocemos, o podemos conocer algo en lo que no creemos, aunque sea vagamente? ¿Por qué, entonces, nos empeñamos en divorciar a los esposos por excelencia? Allí donde flaquee la Fe, estará la Razón para salvarla, y allí donde no llegue la Razón, estará la Fe para impulsarla. Y cuando alguna no pueda mantenerse por sí misma, llegará la otra para mantenerla. Allí están, juntas aunque quieran separarlas, pues “Lo que ha unido Dios, que no separe el hombre.”
viernes, 19 de octubre de 2007
Queremos Halloween
‘Hallowe’en’ ‘Hallowe’en’
Recientemente, caminando por las calles de mi colonia, me encontré con un panfleto “cristiano” muy curioso: lleva por título “ ‘Hallow’en’ ‘Hallowe’en’ [sic]”, tiene como epígrafe dos citas de la Biblia (Dt 18: 10,13 y Lc 20:38), al lado izquierdo muestra una ilustración de una calabaza tachada y está dirigido “a consideración de maestros y padres de familia cristianos”. No es la primera vez que me encuentro con panfletos similares que pregonan que Halloween es una fiesta satánica, una abominación a Dios y una forma de “pasar a nuestros hijos por el fuego y ofrecerlos a Moloc”.
Normalmente hago caso omiso a dichas publicaciones, pues más bien las considero absurdas. Me decidí, sin embargo, a publicar una refutación a éste, porque me pareció difamatorio y escrito con mala intención. Me explico: cada quien tiene derecho a creer lo que quiera y, en general, a “promocionar” sus creencias, pero el panfleto que, por cierto, carece de firma (por lo menos de una legible), se sirve de inexactitudes históricas y mentiras para decir que la Iglesia Católica y sus miembros propagan el satanismo y conducen a sus hijos al fuego de Moloc. Cito textual: “Quienes influían en aquel entonces en la iglesia tomaron de las tinieblas lo que se ofrecía al diablo, para ofrendarlo después al Señor” Semejantes expresiones de intolerancia no son buenas para nadie y, si se basan en mentiras, peor. Por ello, me he tomado el tiempo de desacreditar el panfleto que, por lo demás, presenta una argumentación lógica bastante cuestionable.
El texto empieza contando cómo Halloween viene de los druidas, cosa que es real, y explica brevemente sus costumbres con cierta precisión. Habla de cómo los druidas creían que las almas de los pecadores (habría que analizar el concepto de “pecado” de los druidas, si es que lo tenían) eran transferidas a animales según el juicio de un tal dios Samhain. El siguiente párrafo, que tiene una extensión de tres líneas dice: “Por ello, la noche anterior a Todos Santos [sic] llegó a conocerse durante la Edad Media como el tiempo más favorecido por los seguidores de satanás [sic]” ¡Vaya lógica! Según parece, el autor piensa que de las creencias druidas antes explicadas se sigue, sin lugar a dudas, que los satánicos de la Edad Media consideraba la referida noche como su día “más favorecido”. El párrafo de tres líneas continúa explicando que los seguidores de satanás [sic] “se componían de hechiceros y brujas” y termina diciendo, como si lo anterior lo explicara todo: “De ahí la tradición.”
Ahora bien, decir que los brujos y brujas de la Edad Media eran adoradores de Satanás es bastante inexacto. Es cierto que durante aquella época existieron grupos de adoradores del demonio, pero estos fueros muy reducidos y eran, justamente adoradores del demonio, no brujos. La brujería nunca o muy pocas veces involucra adoración demoníaca, más bien comprende creencias paganas fundamentalmente celtas y druidas, como el mismo panfleto aclara. Los primeros en identificar la brujería con la adoración a “Moloc”, por usar el nombre del demonio del panfleto, fueron los inquisidores. La Inquisición fue la primera —pero no la más férrea— persecutora de las brujas aduciendo un “pacto con el diablo”. Pareciera que la misma línea inquisitorial de pensamiento corre por las mentes de los autores del texto.
A continuación, el panfleto pasa a explicarnos “la razón por la cual algunos creyentes han insertado al Hallowe’en [sic] en el Cristianismo”. Y ahí comienzan las calumnias, que, o denotan una clara ignorancia, o una malicia igualmente clara. Dice: “la razón por la cual […] es porque en el siglo [sic] VIII, el Papa Gregorio IV decretó que ese día debía observarse universalmente por la Iglesia Católica de aquélla época.” Gregorio XIV no fue pontífice durante el Siglo VIII, sino que fue electo en 827, 27 años después de terminado el mencionado siglo. Además, pese a que no existen muchos registros de lo que el Papa Gregorio IV decretó durante su pontificado, la Iglesia Católica nunca ha observado el Halloween como día de guardar. Claro que aquí podría explicarse la confusión mediante la etimología del término: Halloween viene del inglés para la víspera de Todos los Santos: All Hollows Eve, que, con el tiempo, se fue acortando hasta el moderno Halloween. Si Gregorio IV decretó la observancia de Todos los Santos no lo sé. Pero, ciertamente, nunca decretó la observancia de la festividad pagana de la víspera —es decir, una noche antes— de la fiesta, esta sí, de Todos los Santos.
Lugo viene un párrafo donde explica, de nuevo mostrando cierta precisión, los orígenes de la tradición de disfrazarse, volviendo a los druidas y paganos. Pero después, al siguiente párrafo, vuelve a arremeter contra los cristianos que adoptaron la costumbre. Aquí aparece la parte antes citada sobre cómo la Iglesia tomó “las cosas de las tinieblas” para ofrendárselas al Señor. Luego dice: “Como muchas fiestas paganas, adaptadas “convenientemente” [sic] —aquí hago una pausa para preguntarme por qué al autor se le ocurrió usar comillas— al uso cristiano, Hallowe’en es hoy en día, tan desconocida, como universalmente aceptada. Pero son muchos los pasajes de la Biblia que afirman que tales prácticas son una abominación ante Dios (Leer Deuteronomio 18) y castigadas con la muerte (en el Antiguo Testamento). De modo que Dios odia tales festividades, no importa a quien [sic] se supone que estén honrando.” El mismo autor deja claro qué tan desconocida es la festividad hoy en día con su propio texto; y, sobre que es universalmente aceptada, pues ahí ya cada quien sacará sus conclusiones. Por lo que respecta a la condena bíblica, la cita preferida del autor, Dt 18: 10,13, condena: sacrificar a los hijos en el fuego, la hechicería, la astrología, la magia, la consulta de espíritus y la invocación de los muertos. Yo no sé a qué celebraciones de Halloween haya ido el autor, pero dudo que, en las fiestas infantiles del 31 de octubre, los niños hagan cualquiera de esas cosas. Y la historia es más o menos igual con las otras citas provistas por el panfleto. Finalmente, está claro que en el Halloween no se adora a Dios, pero nadie ha dicho que así sea, ni es malo sólo por eso ¿o qué? ¿Son condenables entonces el 16 de septiembre y el día de las madres?
Ya para terminar, transcribo textuales los dos últimos párrafos del texto:
Los cristianos estamos siendo empujados por las escuelas particulares y los comerciantes sin escrúpulos y han querido “ambientarnos” tanto en las tradiciones paganas —permítanme nada más preguntar cuáles, a parte del Halloween— , que ya se hace difícil apartarnos de ellas; más aún, se llega incluso a “defenderlas” —de nuevo no me puedo explicar las comillas— y a discutir que “no sería justo alejar a nuestros hijos de tales diversiones”…
Pero examinando el asunto, nos preguntamos: ¿En verdad, qué tenemos los cristianos que ver con murciélagos, mogotes secos, duendes, brujas, calabazas, fantasmas o vampiros? ¿Por qué insistimos en adoptar estas imágenes del domino de satanás, e imaginar que nos benefician? Los dulces recibidos no tienen tanto valor como para pasar a nuestros hijos por el fuego y ofrecerlos a Moloc.
Aquí sí se van de plano hasta el extremo. ¿En verdad, qué tenemos que ver los cristianos con perros, verdes valles, flores olorosas, espinacas o crepúsculos arrebolados? Pues casi lo mismo que con los murciélagos, los mogotes, los duendes, las clabazas o las brujas. ¿Y por qué habrían de ser éstos imágenes del dominio de Satanás? Bueno, espero que aparezca otro panfleto para explicarnos eso, pues en éste no es posible hacer una relación lógica entre tales objetos y el maligno. Y tampoco creo que una mente no llena de ideas tortuosas y conspiraciones satánicas pueda hacerlo sin dificultad.
En Hallowen no se adora al diablo, ni a la muerte, ni a los muertos. Ni siquiera se hacen rituales paganos, se trata de una tradición que ha sobrevivido en el tiempo y que, para casi todo el mundo, no tiene más significado que niños pidiendo dulces. Por lo que respecta a Todos los Santos, pues la Iglesia Católica alaba a Dios a través de ellos, que son, para los católicos de hoy, un ejemplo de vida y un modelo a seguir. No vale la pena entrar en discusiones doctrinales sobre la existencia de los santos, la anterior es una simple explicación. Y, en relación al Día de Muertos, tampoco se honra ni se invoca ya a los muertos. Eso se hizo en el México prehispánico y ahora se honra a aquellos que se han ido a vivir con el Creado. Dice San Lucas en el capitulo 20, versículo 38 de su Evangelio: “Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos.” Es cierto, si fuera un Dios de muertos, ¿qué esperanza tendríamos? Si levantamos un altar a nuestros muertos, es porque pedimos a Dios por sus almas y esperamos verlos allá con Él, no porque los adoremos y los veamos como ídolos sagrados. Jesús ofreció la vida eterna en el reino de su Padre, por ello, los cristianos que seguimos la tradición del Día de Muertos, no honramos muertos, sino vivos.
Y para terminar, Cristo dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14:6) Si Dios no está en la muerte, ciertamente tampoco lo está en las calumnias y la exageración.
19 de octubre de 2007,
Adrián Rodríguez Alcocer
Comentarios a: aroa8187@hotmail.com
Recientemente, caminando por las calles de mi colonia, me encontré con un panfleto “cristiano” muy curioso: lleva por título “ ‘Hallow’en’ ‘Hallowe’en’ [sic]”, tiene como epígrafe dos citas de la Biblia (Dt 18: 10,13 y Lc 20:38), al lado izquierdo muestra una ilustración de una calabaza tachada y está dirigido “a consideración de maestros y padres de familia cristianos”. No es la primera vez que me encuentro con panfletos similares que pregonan que Halloween es una fiesta satánica, una abominación a Dios y una forma de “pasar a nuestros hijos por el fuego y ofrecerlos a Moloc”.
Normalmente hago caso omiso a dichas publicaciones, pues más bien las considero absurdas. Me decidí, sin embargo, a publicar una refutación a éste, porque me pareció difamatorio y escrito con mala intención. Me explico: cada quien tiene derecho a creer lo que quiera y, en general, a “promocionar” sus creencias, pero el panfleto que, por cierto, carece de firma (por lo menos de una legible), se sirve de inexactitudes históricas y mentiras para decir que la Iglesia Católica y sus miembros propagan el satanismo y conducen a sus hijos al fuego de Moloc. Cito textual: “Quienes influían en aquel entonces en la iglesia tomaron de las tinieblas lo que se ofrecía al diablo, para ofrendarlo después al Señor” Semejantes expresiones de intolerancia no son buenas para nadie y, si se basan en mentiras, peor. Por ello, me he tomado el tiempo de desacreditar el panfleto que, por lo demás, presenta una argumentación lógica bastante cuestionable.
El texto empieza contando cómo Halloween viene de los druidas, cosa que es real, y explica brevemente sus costumbres con cierta precisión. Habla de cómo los druidas creían que las almas de los pecadores (habría que analizar el concepto de “pecado” de los druidas, si es que lo tenían) eran transferidas a animales según el juicio de un tal dios Samhain. El siguiente párrafo, que tiene una extensión de tres líneas dice: “Por ello, la noche anterior a Todos Santos [sic] llegó a conocerse durante la Edad Media como el tiempo más favorecido por los seguidores de satanás [sic]” ¡Vaya lógica! Según parece, el autor piensa que de las creencias druidas antes explicadas se sigue, sin lugar a dudas, que los satánicos de la Edad Media consideraba la referida noche como su día “más favorecido”. El párrafo de tres líneas continúa explicando que los seguidores de satanás [sic] “se componían de hechiceros y brujas” y termina diciendo, como si lo anterior lo explicara todo: “De ahí la tradición.”
Ahora bien, decir que los brujos y brujas de la Edad Media eran adoradores de Satanás es bastante inexacto. Es cierto que durante aquella época existieron grupos de adoradores del demonio, pero estos fueros muy reducidos y eran, justamente adoradores del demonio, no brujos. La brujería nunca o muy pocas veces involucra adoración demoníaca, más bien comprende creencias paganas fundamentalmente celtas y druidas, como el mismo panfleto aclara. Los primeros en identificar la brujería con la adoración a “Moloc”, por usar el nombre del demonio del panfleto, fueron los inquisidores. La Inquisición fue la primera —pero no la más férrea— persecutora de las brujas aduciendo un “pacto con el diablo”. Pareciera que la misma línea inquisitorial de pensamiento corre por las mentes de los autores del texto.
A continuación, el panfleto pasa a explicarnos “la razón por la cual algunos creyentes han insertado al Hallowe’en [sic] en el Cristianismo”. Y ahí comienzan las calumnias, que, o denotan una clara ignorancia, o una malicia igualmente clara. Dice: “la razón por la cual […] es porque en el siglo [sic] VIII, el Papa Gregorio IV decretó que ese día debía observarse universalmente por la Iglesia Católica de aquélla época.” Gregorio XIV no fue pontífice durante el Siglo VIII, sino que fue electo en 827, 27 años después de terminado el mencionado siglo. Además, pese a que no existen muchos registros de lo que el Papa Gregorio IV decretó durante su pontificado, la Iglesia Católica nunca ha observado el Halloween como día de guardar. Claro que aquí podría explicarse la confusión mediante la etimología del término: Halloween viene del inglés para la víspera de Todos los Santos: All Hollows Eve, que, con el tiempo, se fue acortando hasta el moderno Halloween. Si Gregorio IV decretó la observancia de Todos los Santos no lo sé. Pero, ciertamente, nunca decretó la observancia de la festividad pagana de la víspera —es decir, una noche antes— de la fiesta, esta sí, de Todos los Santos.
Lugo viene un párrafo donde explica, de nuevo mostrando cierta precisión, los orígenes de la tradición de disfrazarse, volviendo a los druidas y paganos. Pero después, al siguiente párrafo, vuelve a arremeter contra los cristianos que adoptaron la costumbre. Aquí aparece la parte antes citada sobre cómo la Iglesia tomó “las cosas de las tinieblas” para ofrendárselas al Señor. Luego dice: “Como muchas fiestas paganas, adaptadas “convenientemente” [sic] —aquí hago una pausa para preguntarme por qué al autor se le ocurrió usar comillas— al uso cristiano, Hallowe’en es hoy en día, tan desconocida, como universalmente aceptada. Pero son muchos los pasajes de la Biblia que afirman que tales prácticas son una abominación ante Dios (Leer Deuteronomio 18) y castigadas con la muerte (en el Antiguo Testamento). De modo que Dios odia tales festividades, no importa a quien [sic] se supone que estén honrando.” El mismo autor deja claro qué tan desconocida es la festividad hoy en día con su propio texto; y, sobre que es universalmente aceptada, pues ahí ya cada quien sacará sus conclusiones. Por lo que respecta a la condena bíblica, la cita preferida del autor, Dt 18: 10,13, condena: sacrificar a los hijos en el fuego, la hechicería, la astrología, la magia, la consulta de espíritus y la invocación de los muertos. Yo no sé a qué celebraciones de Halloween haya ido el autor, pero dudo que, en las fiestas infantiles del 31 de octubre, los niños hagan cualquiera de esas cosas. Y la historia es más o menos igual con las otras citas provistas por el panfleto. Finalmente, está claro que en el Halloween no se adora a Dios, pero nadie ha dicho que así sea, ni es malo sólo por eso ¿o qué? ¿Son condenables entonces el 16 de septiembre y el día de las madres?
Ya para terminar, transcribo textuales los dos últimos párrafos del texto:
Los cristianos estamos siendo empujados por las escuelas particulares y los comerciantes sin escrúpulos y han querido “ambientarnos” tanto en las tradiciones paganas —permítanme nada más preguntar cuáles, a parte del Halloween— , que ya se hace difícil apartarnos de ellas; más aún, se llega incluso a “defenderlas” —de nuevo no me puedo explicar las comillas— y a discutir que “no sería justo alejar a nuestros hijos de tales diversiones”…
Pero examinando el asunto, nos preguntamos: ¿En verdad, qué tenemos los cristianos que ver con murciélagos, mogotes secos, duendes, brujas, calabazas, fantasmas o vampiros? ¿Por qué insistimos en adoptar estas imágenes del domino de satanás, e imaginar que nos benefician? Los dulces recibidos no tienen tanto valor como para pasar a nuestros hijos por el fuego y ofrecerlos a Moloc.
Aquí sí se van de plano hasta el extremo. ¿En verdad, qué tenemos que ver los cristianos con perros, verdes valles, flores olorosas, espinacas o crepúsculos arrebolados? Pues casi lo mismo que con los murciélagos, los mogotes, los duendes, las clabazas o las brujas. ¿Y por qué habrían de ser éstos imágenes del dominio de Satanás? Bueno, espero que aparezca otro panfleto para explicarnos eso, pues en éste no es posible hacer una relación lógica entre tales objetos y el maligno. Y tampoco creo que una mente no llena de ideas tortuosas y conspiraciones satánicas pueda hacerlo sin dificultad.
En Hallowen no se adora al diablo, ni a la muerte, ni a los muertos. Ni siquiera se hacen rituales paganos, se trata de una tradición que ha sobrevivido en el tiempo y que, para casi todo el mundo, no tiene más significado que niños pidiendo dulces. Por lo que respecta a Todos los Santos, pues la Iglesia Católica alaba a Dios a través de ellos, que son, para los católicos de hoy, un ejemplo de vida y un modelo a seguir. No vale la pena entrar en discusiones doctrinales sobre la existencia de los santos, la anterior es una simple explicación. Y, en relación al Día de Muertos, tampoco se honra ni se invoca ya a los muertos. Eso se hizo en el México prehispánico y ahora se honra a aquellos que se han ido a vivir con el Creado. Dice San Lucas en el capitulo 20, versículo 38 de su Evangelio: “Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos.” Es cierto, si fuera un Dios de muertos, ¿qué esperanza tendríamos? Si levantamos un altar a nuestros muertos, es porque pedimos a Dios por sus almas y esperamos verlos allá con Él, no porque los adoremos y los veamos como ídolos sagrados. Jesús ofreció la vida eterna en el reino de su Padre, por ello, los cristianos que seguimos la tradición del Día de Muertos, no honramos muertos, sino vivos.
Y para terminar, Cristo dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14:6) Si Dios no está en la muerte, ciertamente tampoco lo está en las calumnias y la exageración.
19 de octubre de 2007,
Adrián Rodríguez Alcocer
Comentarios a: aroa8187@hotmail.com
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